viernes, 13 de enero de 2012

Satanás, mineros y diabladas de Oruro

El carnaval de Oruro, sin duda, se puede catalogar como uno de los menos perturbados por las normas que el consumismo impone en este principio de siglo.

Oruro, a 220 kilómetros de La Paz, es la capital del departamento del mismo nombre, y de uno de los nueve en que se divide Bolivia.

En el centro este del país viven cerca de 180.000 personas. Entre los cerros del Altiplano, la zona es profusa en minas de plata, y ésta es una de las claves para comprender las festividades de la zona.

La mezcla de tradiciones del cristianismo y precolombinas está presente en los festejos, originalmente realizados el 2 de febrero, Día de la Virgen de la Candelaria.

Cuenta la leyenda que, en la época colonial, en una cueva abandonada de la mina Pie de Gallo vivía un ladrón que, según algunos, repartía su botín entre los pobres. Allí fue encontrado muerto después de haber intentado un robo del que salió mal herido.

En la cabecera de su cama, los mineros de la zona encontraron lo que consideraron una bella imagen de la Virgen de la Candelaria.
La Virgen de la Candelaria

Días después acordaron llamar a esa mina Socavón de la Virgen y celebrar allí la fiesta de la Virgen de la Candelaria, aunque como en ese momento sólo disponían libres los días del carnaval, decidieron hacerlo en su sábado de inicio. Por último, y como ofrenda, todos los mineros se vestirían, en esas jornadas, de diablos.

Precisamente, la figura de diablo, al que los mineros llaman tío, forma parte de la vida de los mineros. De este cruce religioso-pagano se nutre el carnaval de Oruro.

El sábado de carnaval se realiza la Gran Entrada, y todo el pueblo y miles de turistas asisten, durante varias horas, al desfile y baile de más de 40 fraternidades y conjuntos que toman, con su lujo y boato, la avenida Villarroel, para dirigirse al santuario de la Virgen del Socavón.

Así comienzan ocho días de bailes, ofrendas y otras manifestaciones de la cultura del pueblo orureño, impregnado de condimentos aymará-quechua. Los bailes que se suman tienen que ver con la explotación de los mineros. Como las diabladas, danza infernal de origen minero, expresión mística del supay (diablo, en quechua), que desde 1789 deslumbra con su lucha entre el bien y el mal. Su coreografía se basa en dos columnas que representan a los siete pecados capitales.
Seres infernales

Adelante, en medio de osos y cóndores, aparece con ropas celestiales el arcángel Miguel, tras él marcha Lucifer, la diablesa China Supay, Satanás y la corte de diablos arrepentidos. En el relato o escenificación teatral a cargo de los danzarines se representa la lucha a muerte entre los seres infernales y el destierro de la discordia, el daño y las furias.

Otro momento de especial interés es la Morenada, cuya música y movimientos surgieron durante la época de la colonia en la franja andina boliviana.

Allí se refleja el cruce cultural del hombre nativo, afro y blanco en la máscara; la vestimenta pesa entre 25 y 30 kilos, y representa la riqueza mineral de esta zona del mapa.

Más bailes de diferente carácter escenifican distintos momentos, como Los Incas , una farsa teatral que cuenta el descubrimiento, conquista y colonización de América y la consiguiente caída del Imperio Incaico; Los Doctorcitos , una danza que satiriza falsos abogados y varias más.

Todo, por supuesto, está matizado con ch´alla , brindis con alcohol, chicha o cerveza, con los que se rocía, con ánimo protector, el suelo o las casas. No faltan, tampoco, las comidas típicas, como rostro asado (cabeza de cordero, cocida con cuero) o pejerrey pescado en el cercano lago Uru-Uru (preparado al vino y al horno).

Ya en el final, la música de zampoñas y tarkas irá apagándose; el palpitar de la tierra ancestral bajo los pies quedará latente hasta el próximo año cuando, otra vez, este carnaval muestre al mundo que no sabe de globalizaciones.

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