El Carnaval ha sido -por décadas- un escape a la diversión y al encuentro con las culturas | En el departamento de Santa Cruz las costumbres carnestolendas se aferran a seguir existiendo a pesar de la insurrección de elementos modernos. Los expertos aseguran que es imposible que la esencia de la fiesta desaparezca
Los cruceños que hoy recuerdan las desaparecidas noches de mascaritas afirman que hubieran deseado pedirle al genio de la lámpara que detenga el tiempo para que esos momentos de diversión jamás se quedaran guardados en viejos y empolvados libros o álbumes de fotografías. Y es que para el hombre del oriente boliviano el Carnaval siempre ha sido sinónimo de evasión, jolgorio y diversión. Quizás el hecho de que la modernidad se haya introducido de manera silenciosa en el corazón de las costumbres, los bailes o los juegos populares, obligó a que esta fiesta esté tratando de reencontrarse con su pasado, aquel que muchos mantienen vivo, pero a través de los recuerdos.
El investigador Carlos Cirbián asegura que, a pesar de la globalización, es complicado que Santa Cruz llegue a perder la mística de su Carnaval, sin embargo reconoce que la inseguridad va ganando terreno durante los tres días de mojazón y eso hace añorar la época en que la gente se divertía en las calles o dejaba las puertas de sus casas abiertas sin miedo a que lo ‘madruguen’ con un asalto. “El Carnaval de antes pertenecía a un contexto social distinto. Las cosas han evolucionado y obviamente ahora ya no es lo mismo”, puntualiza Cirbián.
La conocedora del folclore boliviano Yolanda Cabrera subraya que el Carnaval ha ido perdiendo su esencia, pero lo destacable es que algunas de las comparsas tratan de rescatar las costumbres de antaño, porque “no pueden darle la espalda a sus ancestros”.
Mirada a las provincias
Si hay algo en que Cabrera coincide con Cirbián es que la celebración en los pueblos del departamento cruceño tiene una mística admirable y ninguna es mucho más importante que otra, porque de cada una siempre habrá algo para destacar.
El vicepresidente de la Asociación de Comparsas Carnavaleras de La Guardia, Héctor Soliz, relata que en esa población, distante a 20 kilómetros de la capital, se practicaba el correo carnavalero una semana antes de la fiesta central. Él cuenta que entre los años 50 y 70 los comparseros salían por las calles comandados por jinetes que llevaban en sus manos los bandos de aquellas personas anónimas que se animaban a plasmar en un papel un par de versos acerca de una autoridad o un hecho que haya sido público en el pueblo. Se ubicaban en cuatro esquinas y procedían a leerlos.
Desde San Ignacio de Velasco el guía turístico municipal, Jesús Rivero, explica que esta actividad también se realizaba siete días antes del Carnaval en este pueblo chiquitano. Él va más allá de la esencia del juego y hace hincapié en que se llamaba correo porque la gente lleva en sus bolsos varias cartas y encomiendas.
“Por ejemplo, se entregaba cartas a los jóvenes que tenían problemas sentimentales, y si se trataba de una encomienda, en el caso de que vaya dirigida a una solterona se le entregaba un velo de novia, en alusión a su estado civil. Eran bromas que disfrutaba el pueblo”, explica Rivero.
Quizás el correo carnavalero fue el común denominador en distintos pueblos del departamento de Santa Cruz, pues, según Carlos Cirbián, se necesitaría una minuciosa investigación para nombrar estrictamente los pueblos en que se lo practicaba.
Otro elemento casi imprescindible para las fiestas carnestolendas era la elección de los padrinos. Éstos tenían que ser elegidos por los comparseros para que se hagan cargo de convidar bebida y comida durante los días de mojazón.
En La Guardia, los padrinos invitaban locro carretero o majao, acompañado de chicha camba y el famoso culipi, que en ese entonces se hacía con alcohol y grey, mientras que en Vallegrande se recibía a los ‘alegrones’ con tragos elaborados por varias frutas silvestres, chicha y papa con quesillo.
El escritor Marcelo Zanabria, coordinador del Archivo Histórico Municipal de Montero, señala que el padrino era una persona pudiente o dueño de un establecimiento agroindustrial, que ofrecía churrasco, bebida y música durante el lunes o martes de Carnaval, al lugar donde los comparseros tenían que trasladarse.
Zanabria señala que las comparsas recorrían las calles de Montero y llegaban a las casas de espera para que les inviten chicha, refresco, trago o simplemente agua.
Incursión en las estancias
En Comarapa, después del famoso corso, el pueblo se ‘volcaba’ a las estancias para participar de la ambrosía desde muy temprano. Según Delmira Toledo, una comarapeña radicada en Santa Cruz, esta tradición continúa, pero también es válido indicar que durante la fiesta se lanzaban cáscaras de huevo con agua perfumada, que los vecinos preparaban con días de anticipación para sorprender a los comparseros.
Daniela Soria-Galvarro cuenta que en su pueblo es infaltable el quesillo, la ensalada de tomate con cebolla, la papa cocida y el mote. También indica que antes se hacía la elección del mejor carro, bando, reina y vestimenta durante la primera noche de diversión.
La comparsera también relata que en las estancias algunas personas marcaban con bosta a sus invitados con el hierro que usaban para el ganado.
La tradición está presente
Las creencias forman parte de la fiesta en los pueblos. En la Chiquitania hay un sinfín de costumbres -según Yolanda Cabrera- pero quizás sean similares porque comparten un pasado histórico.
El presidente de la tercera edad, Miguel Cuñanchiro, cuenta que en Guarayos no había un corso multitudinario como el que se realiza ahora. Y quizás lo más destacable era que toda actividad tenía que ser normada por una autoridad del Cabildo. Cuando llegaba el último día de festejo las campanadas de la iglesia reunían a la gente en la plaza principal para que escuchen el sermón, “porque el Carnaval es dado por el dios Tumpa, no por una autoridad”.
Cuñanchiro insiste en que el Carnaval es una fiesta para que la comunidad se divierta primero y después se entregue a Dios.
En San Ignacio de Velasco, la jefa de la Unidad de Cultura del municipio, Elma de Castillo, relata que el cabildo de este pueblo llevaba banderas de colores amarillo y rojo hacia un lugar llamado Betania donde recitaban un sermón y agradecían a Dios por los tres días de Carnaval. Las banderas representan el momento en que Jesucristo sube a Jerusalén y es recibido por la gente con palmas y aclamaciones, según la Biblia. Eso significa que tras terminada la fiesta, la gente se prepara para la Cuaresma.
El cacique de San Rafael, Félix Pachurí Churubí, cuenta que el Carnaval en su pueblo data desde la época de los 60. Allí, también se hacía un rito muy parecido al de San Ignacio y era dirigido por el Cabildo. Destaca que ni la falencia de la luz eléctrica era un obstáculo para que los comparseros se retiren a sus casas, porque buscaban las formas de alumbrar la noche.
En La Guardia se encendían mecheros o lámparas, mientras que en San Rafael había velas.
En este último pueblo el Cabildo era comandado por cuatro caciques. Se tomaba chicha con jugo de caña y el domingo los sacerdotes entregaban banderas rosadas a los cuatro líderes como muestra de que después de la fiesta debían recibir la sangre de Jesús.
Marcelo Zanabria cuenta también que, siguiendo la tradición de Santa Cruz, en Montero se realizaba el festejo de las 11 noches, donde reinaban las mascaritas. Allí aparecían mujeres, que se dedicaban a emitir voces extrañas para no ser reconocidas. El extinto presidente de Bolivia, Hugo Bánzer Suárez, dictó un decreto que puso fin a esta actividad. “Si bien no fue acatado totalmente, poco a poco se la fue perdiendo, porque no había bolsillo, estómago o cuerpo que aguante desvelos y jaranas de este tipo”, afirma el escritor.
En la antigua fiesta carnavalera eran infaltables las tamboritas, las bandas y las orquestas.
La melódica vidita
El conocido escritor vallegrandino Pastor Aguilar cuenta, por ejemplo, que en su pueblo se hacía una tonada, llamada también vidita. Podían intervenir una guitarra, un charango o un violín. En ese momento los comparseros se deleitaban con las famosas coplas vallegrandinas que han vencido el tiempo y todavía se las escucha en distintos lugares.
“A esta casa vengo sin saber venir, porque es la primera en que me han de recibir”, es el inicio de una copla que recuerda Aguilar, fundador y primer director del Centro Cultural Vallegrande, hoy Casa de la Cultura Hernando Sanabria Fernández. Este hombre ha recopilado alrededor de 2.000 coplas del Dr. Sanabria.
Ritmos, comparsas y entierro
Héctor Soliz señala que en La Guardia sólo había tamborita, hoy ya aparecieron las amplificaciones, mientras que en Comarapa son tradicionales los grupos con instrumentos, como la guitarra y el acordeón. En Guarayos se utilizaba el pífano (flauta de tacuara) y la tambora y en la Chiquitania era infaltable la banda.
Si es que se trata de ritmos, según Yolanda Cabrera, ‘gobernaba’ la chobena y el carnavalito. Después aparecen otros, como el taquirari y el brincao. Ahora, los grupos locales componen música mezclando lo folclórico con pop, reggaeton y merengue house.
Con el transcurrir del tiempo el corso se fue alimentando con la aparición de las comparsas. En Guarayos, estos grupos comenzaron a aparecer poco a poco al igual que en la Chiquitanía. Quizás en los municipios más cercanos a la capital surgieron antes.
En el caso de Vallegrande primero surgieron las pandillas (grupos diminutos de personas) con llamativos nombres, como Los sin suegra, Los sacres, Los pide pide, Los más gallos y Los de medio uso; después aparecen las comparsas. En La Guardia están: Pascaneros, Pichones, Zarandazos, Rancheros, Amargazos, Pichiroses, Huachas e Intocables, algunas desaparecidas.
En el último día se ‘entierra’ el Carnaval a través de un muñeco. En Vallegrande, éste es lanzado al agua, pero no sólo se celebra su muerte, sino también su resurrección y la espera ansiosa para el año siguiente.
Doña Rosa de Monasterio, que ya no puede carnavalear por su edad, asegura que el Carnaval de antes es añorado porque se lo festejaba “sin miedo a que a uno le den un tiro”, dice la señora. Alcira Aguilera indica que quizás esos años no volverán, porque a la nueva generación no le interesa mucho la tradición. “Sólo buscan una pelada pa’ pasar la noche. Quieren beber y nada más. Pero qué se le va a hacer”, culmina.
Mucha bulla en la fiesta grande
“Durante los días de bailes había juegos con aguas perfumadas, mistura, serpentinas y polvos de colores”
Según el registro del Museo de Historia, la fiesta grande de los cruceños data de 1637. A inicios del siglo XX no había comparsas y la fiesta era sólo para los hombres. En ausencia de las comparsas, los amigos se reunían a caballo y hacían recorridos por el pueblo ‘secuestrando’ peladas. Después incluyó mujeres.
En el libro Qué tiempos aquellos de mi viejo Santa Cruz, del historiador costumbrista Aquiles Goméz Coca se indica que la fiesta se celebraba con mucha algarabía. Los comparseros lucían pintados con los colores de las casacas y se movían al ritmo de taquiraris y carnavales, ejecutados por tamboritas y después por las bandas.
Durante los tres días había música en todos los rincones del pueblo, hoy llamado casco viejo. Las comparsas salían bailando y haciendo ruedos, como lo hicieron sus abuelos y antepasados, en busca de las casas de espera, en las que un ramillete de hermosas y coquetas muchachas esperaban a los grupos carnavaleros. Allí se divertían bailando, saltando, comiendo y tomando algunas bebidas tradicionales, como el culipi, el cóctel, la leche de tigre, refrescos, etc.
Los días de baile finalizaban con juegos en los que abundaban aguas perfumadas, mistura, serpentinas, polvos teñidos de colores y otros elementos que motivaban al cruceño para participar de la fiesta tradicional.
Pero la fiesta era anunciada por las calles de la ciudad, una semana antes, a través del correo del Carnaval, donde se leían bandos llenos de chistes lugareños y sátiras a las autoridades de la época. Lo que se anunciaba era la elección de la reina, tres días de confraternización, 11 noches de bailes de mascaritas donde la mujer cruceña mostraba todo su esplendor, belleza y picardía y finalmente el entierro del Carnaval.
Actualmente, en el primer día las comparsas salen a saltar por las calles acompañadas por una banda. Juegan con agua y reparten las colas (folletos con datos de la comparsa), que ya han ido desapareciendo. En el segundo día abunda el juego con pintura, mientras que en los barrios se pringan de barro o de clara de huevo. El último día, se celebra la muerte del Carnaval con el entierro de un muñeco. Una semana después se realiza el carnavalito.
Han surgido otras fiestas antes del corso, como las precarnavaleras.