lunes, 20 de febrero de 2012

Fuerza y lujo en el Carnaval de Oruro 2012

Imposible quedar indiferente ante el brío y la euforia que encarna el Carnaval de Oruro. En las venas de sus bailarines parecía palpitar una pasión innata por el folklore boliviano. Este año, Oruro deslumbró con la fuerza, el lujo y la ostentación de sus devotos.

La fiesta folklórica más importante del país comenzó ayer a las 7:00. 46 fraternidades hicieron su paso seduciendo con sus coreografías a unas 200 mil personas, que llegaron del interior y exterior del país.

La diablada, sin duda, fue el símbolo del carnaval. Los diablos imponentes en su vestir y las chinas supay ágiles con sus pañoletas de colores provocaron la euforia del público que los aplaudía desde unas graderías llenas.

Al llegar la noche, la diablada Ferroviaria, como es ya costumbre, se lució con sus tradicionales máscaras que echan fuego por sus cuernos y que llevan pequeñas luces de colores en los contornos. Todo un espectáculo.

Mientras los morenos desplazaban su galantería, las cholas morenas de los Cocanis, con una manta colgada en el brazo, uniformaron su elegante andar durante todo el trayecto. En tanto, las chinas supay resplandecieron con su maquillaje de fantasía en el rostro.

Los caporales San Simón fueron pura energía. Al ritmo de sus cascabeles armonizaron sus coreografías con saltos, patadas y vueltas. Fueron ovacionados por el público.

La llamerada de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA) hizo girar la boleadora a su ingreso. El historiador paceño Fernando Cajías encabezó la fraternidad de los llameros con un entusiasmo tal que se robó la atención del palco principal, ubicado en la plaza principal 10 de Febrero.

Sobraron coquetas sonrisas en todo el recorrido. Las bailarinas correspondieron al público, que en ningún instante dejó de acompañar el ritmo de la banda con aplausos y silbidos.

Petardos y humo de colores fueron parte del escenario durante el trayecto de casi tres kilómetros por las calles de Oruro, todas repletas de gente.

“Cada una de estas danzas tiene su música, su indumentaria, su coreografía, su simbolismo, su relación con actividades de la vida cotidiana”, explicó Fernando Cajías en un momento que aprovechó para hacer una pausa en el baile.

Los músicos de las bandas, siempre uniformados y entusiastas, dieron muestras de sus dotes de bailarines. Hombres y mujeres -entre ellos muchos niños- se destacaron en su ingreso con bailes originales, al ritmo de bombos, platillos y trompetas.

Los osos fueron uno de los personajes más aclamados por el público. Vestidos con sus pesados trajes peludos, se acercaban a las graderías para animar a la gente.

La juventud destacó por su contagioso entusiasmo. Con cervezas en las manos, bailaban en las graderías al ritmo de la diablada, los tobas y caporales.

Quienes pasaban delante de ellos y que no estuvieran bailando, eran víctimas de un chorro de espuma o de agua. Todo era bienvenido en un carnaval que regaló buen clima.

Un grupo de casi 200 japoneses estaba ubicado al lado del palco oficial. Aunque sus pasos eran descordinados, no pararon de bailar y celebrar la majestuosidad del carnaval boliviano.

El carnaval fue de todos. Como afirma la ex viceministra de Cultura Esther Balboa, “era el alma colectiva enmarcando las almas individuales de los protagonistas”.

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