jueves, 2 de febrero de 2012

Máscaras del Carnaval de Oruro

El artista Fernando Miranda cuenta los detalles de un proyecto que va más allá del retrato y busca trascender la figura, el ser humano.

El talento y la destreza del fotógrafo boliviano Fernando Miranda humanizan e inmortalizan a decenas de artífices anónimos del Carnaval de Oruro que, en su vida pública, están siempre escondidos detrás de una máscara de diablo.

Detrás de cada fotografía, una historia; detrás de cada máscara, una vida. De eso trata el proyecto en el que Miranda trabajó durante varios meses y que se plasma en una muestra de 52 retratos de 41 bailarines de la diablada Ferroviaria de Oruro, que se expone desde hoy, hasta el 17 de febrero, en la Alianza Francesa.

“Cuando ves fotografías de la diablada, los personajes siempre están con máscaras, son anónimos. Son lindas fotos, pero nos olvidamos de las personas que bailan bajo el disfraz y que son los verdaderos artífices del carnaval. Ésa fue mi primera premisa: ver detrás de la máscara”, sostiene.

Y agrega: “Es importante que detrás de cada fotografía exista una buena historia. Después de investigar lo ves y lo sientes distinto, porque entiendes la razón por la que se está bailando”.

Las mejores herramientas

Precisamente para capturar la esencia de sus modelos y poder plasmar su concepto artístico, Miranda optó por fotografías en blanco y negro, y utilizó una cámara analógica Hasselblad de formato medio, ya que “ninguna cámara digital supera la calidad de la película”.

“El carnaval es sinónimo de color y yo quería mostrar algo diferente”, sostiene Miranda a la hora de explicar la elección del formato.

Y una similar idea tiene el fotógrafo y diseñador gráfico David Illanes, para quien “los retratos de Fernando son un tipo de fotografía que no se hace mucho en Bolivia. Están en un blanco y negro muy bien trabajado por su iluminación y contraste”.

Illanes también coincide en el fondo y la esencia del trabajo: “los bailarines en este caso son gente real, no modelos. Es un retrato sobrio y duro”.

Fernando Miranda se dedica a la fotografía hace unos 20 años, pero este proyecto le tomó dos, desde 2009 hasta octubre pasado. Inicialmente se tomó un tiempo para investigar sobre el baile, gestionar con los directivos de la diablada Ferroviaria y conocer y fotografiar a quienes elaboran los trajes, a modo de empaparse en el tema.

La diablada Ferroviaria tiene 55 años y es una de las permanentes animadoras del carnaval orureño que en 2001 fue declarado por la Unesco como Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad.

En su larga trayectoria, la compañía llevó el folklore boliviano a Perú, Argentina, Chile, España, México, Colombia y China, entre otros países.

El proceso

De los 41 retratados, algunos llevan puesto su disfraz y otros sólo el traje de ensayo, porque el autor quiso enfatizar el rostro y la expresión del bailarín, más que su indumentaria.

Al principio, muchos de los miembros de la fraternidad se mostraron reacios a participar en la experiencia creyendo que el fotógrafo les cobraría por el trabajo. Pero otros incluso aceptaron viajar a La Paz para ser retratados en el estudio.

Los demás posaron para la cámara en su tierra natal, donde Miranda estuvo en dos ocasiones, a disposición del tiempo de los bailarines. Armó el estudio en la sede de la fraternidad donde adecuó un flash especial para la cámara e instaló un rebotador, un fondo negro y un paraguas, ambiente similar al empleado en La Paz, en pos de darle continuidad y unidad a la secuencia.

La fotógrafa peruana Natalie Fernández, quien fue su asistente, recuerda que algunos de los retratados estaban más cómodos y que otros eran más tímidos. Sin embargo, en todos se palpaba mucho entusiasmo al saber que representaban a “su diablada”.

“Al ver el rostro, Fernando de inmediato visualizaba el tipo de imagen que quería y casi siempre la lograba en máximo cinco minutos, que fue el tiempo promedio de trabajo”, comenta la asistente.

“Hay que tener el don y la experiencia suficiente para hacer un retrato tan genial en cinco minutos”, agrega Fernández, quien asumió este proyecto como una oportunidad de aprendizaje.

Si bien Miranda recuerda con gran nitidez a cada personaje, sólo algunos quedaron marcados de manera especial en su mente.

Uno de ellos es el presidente de la Ferroviaria, Raúl Morales, quien se disfrazó exclusivamente para la ocasión, después de 12 años sin usar su traje. Otro es un bailarín que representa a Lucifer, a quien sin tener puesta la vestimenta “le ves la expresión, y no te caben dudas de que es un diablo”, opina.

También recuerda a una familia de osos, que asumieron el personaje como un legado que trascendió generaciones.

Y, finalmente, Saúl Morales porque, después de sentarlo en una silla y ubicarlo con la máscara de diablo en sus pies, supo que ésa sería la fotografía principal de la muestra.

Al ver culminado el proyecto, Miranda se siente satisfecho. “Amé este trabajo y también lo odié en cierta forma, pero cuando ves que hay gente que te apoya y te entiende, puedes llegar al final; y qué mejor que con los resultados que habías imaginado”.

Página Siete

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